22.7.10

Gonzalo Rojas, que aún estamos a tiempo...

Leo poca poesía. Vuelvo siempre a los mismos poetas y bajo circunstancias parecidas: de noche y en estado de melancolía. Me es difícil leer poesía cuando me siento bien, feliz. Y jamás en días de sol.

Uno de esos poetas a los que siempre vuelvo es el chileno Gonzalo Rojas. Me gustaria incluir algo de Rojas por dos razones: la primera y principal, porque estoy convencida de su valor. La segunda, porque me gustaría este pequeño homenaje antes de que las circunstancias exijan uno póstumo. No es negatividad o anticipación pesimista: Rojas nació en 1917, es decir, va a cumplir 93 (jovencísimos) años. Pero por ahora nos da la alegría de seguir viviendo y escribiendo en su querido Chillán de Chile así que, adelante, (re)conózcanlo.

Lo primero que recuerdo haber leído de Rojas fue un poema que publicó el suplemento de Cultura del Diario Clarín, un poema que nació del escritor ante la muerte de su primera esposa, María Mc Kenzie, de la que ya se habia separado hacía muchísimos años. Era un poema tan profundo, tan sentido, que en aquel momento lo primero que senti fue envidia, envidia de esa mujer que había sido amada de tal manera para inspirar un poema semejante, aún como ex.

Rojas y María, siendo muy jóvenes, dejaron todo para instalarse bien al norte, en Atacama, donde Rojas trabajaba en la contabilidad de una mina. Ahi enseñaron a leer a los mineros con los libros que tenían encima. (Puede leerse una biografía muy completa en el sitio de los Premios Cervantes).

Guardé el poema. Una suerte, porque luego no lo encontraría en el tomo de su Poesía Esencial. Van unos versos:

Muerta mi muerta, aclárese todo, admítase
e infórmese que María
Mc Kenzie no está ahí en ese cofre
de ceniza, ni en Glasgow
ni en la Alicántara mortuoria, que su hermosura
sigue siendo mi adicción, que todavía
y qué importa el Mundo nos reímos del Mundo
fuertes y felices, que va a estallar el Mundo,
que lo que va a estallar es el Mundo;

(...)
María Mc Kenzie ni nadie en ese cofre, salvo
las 10.000 abejas que zumban en el sosiego
de la Eternidad, ella
misma fue sosiego

Visto lo cual, a la lengua habrá que hacerla hablar
y para qué decir callar, solo así
hablará de veras, el ojo
más que mirar verá, sólo así será ojo, igual
la nariz, que ha de irse haciéndose aire, me consta
que María es
aire,

de otro modo cómo voy a respirar, qué hago, cómo
lo hago sin ella, a cuál
oxígeno me encomiendo, a cuál
mariposa siderar, la nostalgia venenosa
no es mi fuerte, mi fuerte es el resuello, María
sigue siendo mi resuello, tajo
es tajo

Visto lo cual, (que será visto lo cual), ¿Ocio?
¿penitencia?, Octavio hablaba de risa
y penitencia, leáse
asco, este Mundo es un asco, octubre
y todos sus octubres es un asco, María y yo reíamos
hasta el amanecer del viejo
parte oficial del casorio, fumaba humo; no,
no fue la nicotina la que la mató ni
las otras serpientes, ni
el dragón insaciable de la transfusión; más
corto: lo clínico
es el Mundo, lo pavorosamente Mundo

En su Poesía Esencial (Editorial Andrés Bello, 2001), se recogen poemas de varias épocas. Algunos llaman la atención al saberlos de alguien que al momento de escribirlos tenía más de ochenta años, como éste:

Celular 09-2119000

Una cosa le pido, sea todo lo cruel
pero no me diga: cuídese,
el gesto es feo, en una despiadada como usted
ese gesto es feo, se nota el cuchillo
en lo taimado del teléfono.

Además
de qué me voy a cuidar sino de usted,
arrivederla, corto.


Por último, Dos Espejos en la voz de Rojas



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