16.7.10

Lima céntrica, pesadumbre literaria...

Después de varias horas de trámites en el centro de Lima empiezo a perder la paciencia, el buen humor y la mirada curiosa y desprejuiciada que intento cada vez que me toca transitar por una ciudad extranjera. La cantidad de gente es agobiante, el clima es horrendo, el tráfico demente, los sonidos y olores sobrecogedores. Pierdo hasta el último ápice de fe en la especie humana y sus creaciones ante la vista de la avenida Avancay, una herida abierta y supurante hacia el río Rimac, con sus buses recorriéndola y tragando y vomitando gente cual gusanos o parásitos. ¡Pido perdón!. Soy conciente de que realizar trámites en dependencias públicas no es precisamente la receta para el buen humor y que bajo otras circunstancias sin duda estaría disfrutando de los miles de detalles bellísimos que abundan en este centro repleto de sangre, sudor y lágrimas, como los he disfrutado otras veces.

De vuelta en Miraflores, meriendo en una café del Larcomar con vista a la barranca y a un Pacífico que juega miles de partidas simultáneas, estridentes y ensordecedoras al tinenti con el canto rodado de la playa oscura. Abro el libro que acabo de comprar y leo. Son las Prosas Apátridas, de Julio Ramón Ribeyro.

"Entrar a una librería es algo pavoroso y paralizante para cualquier escritor, es como la antesala del olvido: en sus nichos de madera, ya los libros se aprestan a dormir su sueño definitivo, muchas veces antes de haber vivido. ¿Qué emperador chino fue el que destruyó el alfabeto y todas las huellas de la escritura? (...) Quizás lo que pueda devolvernos el gusto por la lectura sería la destrucción de todo lo escrito y el hecho de partir inocente, alegremente de cero."


Busco más tarde sus Diarios (La Tentación del Fracaso), pero están agotados. Hay una nueva edición de sus Cuentos Completos, y decido comprarla más allá del peso extra que van significar en mi valija. Veremos si consigo los Diarios en Buenos Aires.

Sigo leyendo, cobijada por el Capuccino, el atardecer en el Pacífico y la prosa melancólica de uno de los escritores más geniales que dio Perú. No recuerdo qué escritor hablaba de los escritores con los que uno gustoso se sentaría a tomar una copa y charlar un rato (independientemente de su pericia en el oficio de escribir). Ribeyro sería para mí uno de ellos. No sé de qué
conversaríamos, pero adivino una charla algo cínica y algo triste, de silencios íntimos, muy pocas frases y mucho, mucho humo de cigarrillos. Imposible: Julio Ribeyro fue condecorado en noviembre de 1994 con el Premio Juan Rulfo, a cuya ceremonia no pudo asistir a causa de su delicado estado de salud, y murió unos días después.

Quizás en alguna otra vida.

1 comentario:

grangarabaña dijo...

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